Ya me lo había propuesto alguna vez mi querido colega, Roberto Coria, y esta parecería ser la ocasión perfecta para seguir su consejo—la ocasión de resucitar este blog abandonado, sí, y apropiada además para rendir, como el mismo Roberto de seguro lo diría, horror a quien horror merece.
Así que, en ocasión del cumpleaños número 50 de Guillermo del Toro, desempolvo el texto que a continuación les comparto: una torpe pero muy entusiasta crítica a Mimic (1997), la primera película del Gordo filmada en Hollywood, y que fuera publicada originalmente en un periódico escolar con ocasión del estreno de la cinta en México. También se trata de la segunda crítica que escribí en mi vida, así que ustedes disculparán si les resulta más rebuscada que de costumbre, un tanto rancia quizás, y plagada tal vez de adjetivos innecesarios… Bichos inmundos, como cucarachas en el piso pegajoso de un cine allá en los 80.
Lo cierto es que ya desde aquél entonces era yo fan del Gordo. Aún recuerdo la emoción que sentí al ver La invención de Cronos (1992)—título original de su opera prima—en una sala de los Gemelos Mixcoac, durante su corrida comercial en México, y el orgullo que me embargó al comprobar, mientras veía Mimic en el Cinemex de Plaza Loreto, que del Toro tenía lo necesario para hacerla en el cine de Hollywood; yo sabía desde antes que había estudiado bajo la tutela de Dick Smith, y que tenía un taller de maquillaje llamado Necropia, y cuando decidí dejar la ingeniería para dedicarme al cine hasta intenté ponerme en contacto con él. Poco después, un artículo publicado en FANGORIA hablaba de su aún corta carrera, y de los capítulos de Hora Marcada que había dirigido en México… Y fue entonces cuando supe que Guillermo llegaría muy lejos.
Así que, sin más, los dejo con esto que se tituló en su momento Mimic: ¿Otro paso en la evolución del horror mexicano? Y desde aquí le mando un abrazo al Gordo… ¡Gracias por cumplir esa promesa!
Nunca un mejor ejemplo del melting pot que es la sociedad norteamericana que la cosmopolita ciudad de Nueva York: de la isla de Manhattan al Bronx, Queens o Central Park conviven cotidianamente, junto al típico anglosajón, blanco y protestante, la más excéntrica variedad de personajes que, lejos de asimilarse felizmente tal y como el american dream sugiriera, no dejan de provocarle cierto escozor al gringo promedio. Y con mayor razón, si de pronto sienten usurpadas sus prerrogativas como ciudadanos “legítimos”. Hay policías negros. Inmigrantes hispánicos trabajando en el metro. Actores italianos. E insectos gigantes. Y directores de cine de terror mexicanos.
Toda una diversidad que tiende a lo siniestro.
Mimic (1997), título que hace alusión a la capacidad que tienen algunos insectos para camuflajearse y pasar desapercibidos frente a sus depredadores —o sus víctimas—, no se refiere sin embargo a la paranoia xenofóbica típica de aquél que se levanta a medianoche sólo para encontrar el piso de la cocina lleno de cucarachas. No directamente. O no exclusivamente, en todo caso. Porque, más allá de las implicaciones sociales que el estudio de la otredad pueda tener, es esta maña del cine de terror para proyectar sus temores en los indeseables la que le confiere el carácter catártico que todo aficionado al género conoce, y aprecia. En especial cuando estos indeseables lucen, a primera vista, justamente iguales a nosotros.
La película del tapatío Guillermo del Toro denota, además del precoz oficio de su autor, este profundo conocimiento de las mecánicas del cine de terror. Lo cual no es de sorprenderse: el gordo —para los cuates— no solo echó a andar su propio taller de maquillaje de efectos especiales (el ahora extinto Necropia) bajo la tutela del legendario Dick Smith, sino que además se fogueó tanto en el cortometraje como en la televisión —nada menos que tres Horas Marcadas responden a su autoría— antes de acometer la realización de Cronos, su afortunado debut, en 1992.
Al igual que en su ópera prima, en Mimic es evidente el contraste —que tan bien funcionara en aquella— entre lo antiguo y lo moderno: entre la tiendita familiar de artesanías y la todopoderosa presencia de las grandes corporaciones; entre el discreto encanto de lo folklórico y tradicional y la sofistiquería técnica del cine made in USA. Lo primitivo y lo civilizado, el reconfortante consuelo de la religión y la desesperada y frágil fe en la ciencia, lo natural y lo sintético se contraponen en un esquema que, lejos de quedarse en la simple fábula ecológica de tintes moralistas, nos remite al unheimlich freudiano: ese caos oculto, dionisíaco, tan atinadamente simbolizado por los múltiples niveles del subterráneo neoyorquino y que, tal y como el subconsciente que representa, emerge con violencia a la superficie en una secuencia reminiscente de la tragedia que sufriera Guadalajara hace apenas unos años.
Es esa transgresión que se manifiesta cuando lo interno se hace externo, como lo atestiguan las paredes cubiertas de excremento en el subterráneo y el rostro que al fin descubre el hombre de los zapatos chistosos cuando es ya demasiado tarde.
Sin embargo, es en la puesta en escena en donde del Toro sale mejor librado. Sin ser una cinta tan fresca como la anterior —y aunque difícilmente cualquiera de las dos podría considerarse como una idea completamente original, dada la temática de Cronos y las múltiples referencias con que Del Toro y Matthew Greenberg visten la historia de Donald A. Wollheim en Mimic—, el gordo hace gala de su buen ojo en el uso de los recursos visuales y en el manejo de los resortes clásicos del terror norteamericano. De manera obviamente más marcada que en Cronos (una cinta identificablemente mexicana, aunque realizada con valores de producción cercanos a los estadounidenses, con actores gringos y diálogos en inglés subtitulados al español), Mimic imita a la perfección la típica película gavacha de monstruos, final sorpresa incluído, pero sin ser una gringada. Por algo Mira Sorvino ha declarado que Mimic es una película que tan sólo un mexicano católico podría haber realizado. Creo que justo ahí se encuentra el secreto de su atractivo.
Me parece que, sin embargo, Mimic no es una película que pueda juzgarse (ni compararse siquiera con Cronos) sin haber visto la siguiente obra de del Toro: sin saber si las que parecen ser sus preocupaciones temáticas —presentes en el uso de la imaginería religiosa, en el protagonismo de esas “criaturas favoritas de Dios”, los insectos, o en las relaciones familiares que, en el caso del viejo bolero y su nieto, parece invocada directamente de Cronos— evolucionarán en una propuesta formal, o si se quedarán al nivel de meros fetiches visuales. Guillermo Del Toro se ha propuesto jugar con el cine norteamericano bajo sus mismas reglas; al igual que sus creaturas, ha logrado asimilarse dentro de su industria, asemejando sus productos a los suyos pero atrayendo a la vez su atención en el despliegue de temáticas más cercanas a nosotros y, por lo mismo, exóticas al espectador desprevenido.
¿Lo hará en el papel del depredador o, muy al contrario, en el de la víctima?
Mimic. Dirigida por Guillermo del Toro. Con Mira Sorvino, Jeremy Northam, Josh Brolin, Giancarlo Giannini, Charles Dutton, Alexander Goodwin y F. Murray Abraham. Producida por Dimension Films. 105 min. E.U., 1997.